“LOS DOS PEORES AÑOS DE MI VIDA” Kiko Rivera y la entrada en la cárcel de su madre Isabel Pantoja | HO

Kiko Rivera, leyenda del folklore español, hijo de la tonadillera Isabel Pantoja y el torero Paquirri, visita a Jordi Wild para un podcast que va a sorprender a muchos. Kiko hablará de todo, desde su complicada relación con su madre, hasta sus adicciones y sus graves problemas de salud en los últimos tiempos. También analizará su paso por la televisión y los realities, sus broncas con paparazzis, su alocada juventud, el hecho de que mucha gente se ría de él, o su carrera en la música.

“ME HAN MENTIDO DURANTE 35 AÑOS” Kiko Rivera sobre las peores mentiras que  ha vivido en su familia

La vida tiene momentos de luz y sombras, pero hay etapas que dejan cicatrices profundas. Para mí, los dos peores años de mi vida estuvieron marcados por la entrada de mi madre, Isabel Pantoja, en la cárcel. Su encarcelamiento no solo cambió la percepción que el mundo tenía de ella, sino también la dinámica de nuestra familia. Fue un período de dolor, distancia y, sobre todo, aprendizaje. A continuación, compartiré cómo viví esa experiencia y cómo cambió mi vida para siempre.

Todo comenzó como una especie de tormenta que veíamos venir, pero en la que nadie quería creer. Durante años, los rumores sobre problemas legales perseguían a mi madre. En cada conversación familiar, ella nos aseguraba que no había de qué preocuparse. “Eso no va a pasar”, repetía constantemente. Pero la realidad era muy diferente. El escándalo mediático que rodeaba su relación con Julián Muñoz y las investigaciones que apuntaban hacia ambos como implicados en casos de corrupción hacían imposible ignorar lo que estaba sucediendo.

La situación familiar ya era complicada. Mi madre había pasado por etapas de aislamiento y depresión. Cada visita a su casa en Cantora se sentía como un suplicio. Ella no era la misma mujer fuerte y alegre que conocí en mi infancia. Estaba hundida, atrapada en sus pensamientos y sin dejarse ayudar por nadie, ni siquiera por sus hijos.

Un día, mi madre convocó a toda la familia para una comida en Cantora. Era un evento inusual, ya que las reuniones familiares de ese estilo solo ocurrían en ocasiones especiales como Navidad o cumpleaños. Pero ese día todo era distinto. Mi madre estaba especialmente cariñosa, divertida y cercana. Parecía que habíamos vuelto a aquellos tiempos en los que ella era feliz y disfrutaba de la vida.

En ese momento, no entendí que se estaba despidiendo. Fue solo al día siguiente cuando me desperté y descubrí que se había marchado a la cárcel sin decirnos nada. Su decisión de irse sola, sin despedirse directamente, fue un golpe duro para mí. Me di cuenta de que había intentado protegernos, evitar el sufrimiento que inevitablemente habría traído un adiós formal.

“LOS DOS PEORES AÑOS DE MI VIDA” Kiko Rivera y la entrada en la cárcel de  su madre Isabel Pantoja

Su encarcelamiento marcó el comienzo de una etapa de gran dificultad para mí. Yo ya estaba atravesando problemas económicos importantes, una ruina que me afectaba tanto a nivel profesional como personal. Intenté pedir ayuda a mi madre, pero su respuesta fue fría: “Búscate la vida”. Esa frase me dolió profundamente, aunque con el tiempo aprendí a no guardarle rencor.

Las visitas a la cárcel eran agotadoras emocionalmente. Ver a mi madre en esa situación, con la fortaleza que siempre la había caracterizado completamente apagada, era devastador. Cada semana recorría el trayecto de Sevilla a Cádiz para visitarla, y cada vez que la veía sentía cómo me hundía un poco más en mi propio dolor.

Además del impacto familiar, el escarnio mediático fue implacable. Todo el país parecía tener una opinión sobre mi madre y sobre nosotros, su familia. Cada vez que encendía la televisión o revisaba las redes sociales, me encontraba con comentarios crueles y juicios injustos. Fue una etapa en la que sentí que todo el mundo nos señalaba, como si nuestras vidas fueran un espectáculo para el entretenimiento de los demás.

No es fácil ver a tu madre convertida en el blanco de críticas y burlas. Tampoco es fácil mantener la compostura cuando sientes que no puedes hacer nada para protegerla o cambiar la narrativa que la rodea. Pero aprendí a centrarme en lo importante: estar ahí para ella en los momentos en que más me necesitaba, aunque a veces me rechazara.

Cuando mi madre salió de la cárcel, no fue como si todo volviera a la normalidad de un día para otro. Había un abismo emocional entre nosotros que debíamos superar. Ella seguía luchando con los fantasmas de su pasado, mientras yo intentaba encontrar mi propio camino en medio de la adversidad.

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Poco a poco, y con mucho esfuerzo, comenzamos a reconstruir nuestra relación. Entendí que no podía cambiar el pasado, pero sí podía intentar sanar las heridas que dejó esa etapa oscura. Fue un proceso largo, lleno de altibajos, pero necesario para encontrar la paz que ambos necesitábamos.

Hoy, al mirar atrás, puedo decir que esos dos años fueron los más difíciles de mi vida, pero también los que más me enseñaron. Aprendí que la vida puede cambiar en un instante, que el dolor es inevitable, pero que la resiliencia es una elección. También entendí que, a pesar de las dificultades, el amor familiar es un vínculo que puede resistir incluso las pruebas más duras.

Mi madre no es perfecta, pero nadie lo es. Todos cometemos errores, y lo importante es cómo elegimos enfrentarlos y aprender de ellos. Hoy, siento que nuestra relación es más fuerte precisamente porque logramos superar juntos esa etapa tan complicada.

La entrada de mi madre en la cárcel fue un capítulo oscuro en nuestra historia familiar, pero no es el único. También hay momentos de alegría, de amor y de superación que definen quiénes somos. Aunque esos dos años estuvieron llenos de dolor y desafíos, también fueron una oportunidad para crecer, para entendernos mejor y para valorar lo que realmente importa en la vida.

Hoy, sé que el pasado no define el futuro y que, incluso en las peores circunstancias, siempre hay lugar para la esperanza y la reconciliación.